Bob Esponja: un héroe fuera del agua

La segunda irrupción de Bob Esponja en la gran pantalla ha contado con una fuerte inversión para darle una mayor espectacularidad y aprovechar el tirón del héroe televisivo, llenando así unas cuantas salas de cine. Con esas premisas, el resultado no podía ser otro que una explosión de color, movimiento, muñequitos y gritos que se desparraman por la pantalla durante algo más de hora y media.

El tema de la película no parece ser relevante; simplemente tienen que ir apareciendo los personajes que los niños ya conocen y hacer lo que hacen habitualmente, es decir, atracarse a hamburguesas, quejarse de los demás, ponerse zancadillas, arreglarse en el último momento y volver a empezar el festival de sinsentidos.

Para estirar un capítulo, de manera que dure lo que un largometraje, se ha optado por cambiar de técnica, alternando el dibujo plano de siempre con efectos 3D dispersos, maquetas de goma y por que aparezcan actores reales.

Sin embargo, no parece que hayan dedicado mucho tiempo a intentar pensar una historia un poco más compleja o diferente de lo que los capítulos de la tele nos tiene acostumbrados.

El que aparezca Antonio Banderas en carne y hueso, haciendo de un pirata malote y simpático (personaje ya demasiado visto, entre el Peter Ustinov inimitable y el autoparódico Johnny Depp), le da un poco de relieve a la película, pero no deja de ser otro elemento distorsionador: se supone que actúa de hilo conductor, o de catalizador de las aventuras submarinas de Bob y compañía, no obstante la relación entre ellos es totalmente absurda e inconexa.

Al mismo tiempo, el hecho de que sea para niños de todas las edades no es excusa para ofrecer un producto tan chapucero, como si el público infantil fuese incapaz de seguir una historia coherente y solo se le pudiese entretener con colorines y golpetazos.

Y si analizamos el fondo, nos deprimimos aún más. Dudo de que sea lo más educativo o enriquecedor del mundo hacer que la acción del film gire en torno a la locura que afecta a todo un pueblo (llegando a la violencia y a la traición a los amigos) por no poder consumir su hamburguesa preferida. El disgusto que ese supuesto problema les causa es excusa suficiente para liarse a mamporros con los demás, abandonar a los amigos y decretar luto oficial en el fondo del mar. Y a pesar de que se esfuercen en moralizar a los niños recurriendo constantemente a la importancia del trabajo en equipo, si eso se hace compatible con el egoísmo de no asumir las propias responsabilidades y dar por hecho que lo lógico es echar la culpa a los demás, el discurso educativo cae por su propio peso.

Firma: Esther Rodríguez