Blackthorn (Sin destino)

En 1969, George Roy Hill rodó magistralmente uno de los finales abiertos “más cerrados” del cine en Dos hombres y un destino, en la que Paul Newman y Robert Redford interpretaron a unos recordadísimos Butch Cassidy y Sundance Kidd. El film se convirtió en uno de los clásicos del western. Más de cuatro décadas después, Mateo Gil (habitual guionista de Amenábar) reinterpreta la tradición oficial y cinematográfica de la pareja de forajidos según versiones que indicarían que los hechos no acontecieron tal y como fueron narrados a finales de los sesenta. No se trata, ni mucho menos, de un ejercicio de historiografía, el propio realizador admite como ficticios el relato y los personajes del film. Lo que realmente elabora Blackthorn es el interesante juego entre leyenda y realidad al que tantas veces han recurrido las cintas del Oeste y que fue definido por John Ford en El hombre que mató a Liberty Valance.

Filmada y ambientada en una Bolivia de la cual se extraen unos paisajes cargados de lirismo dignos del género al que se debe, la cinta concede algunos guiños muy bien conseguidos a su célebre precedente, pero huye de sus formas y de su tono desenfadado. Blackthorn posee un acertado tratamiento crepuscular, y el nuevo Cassidy (interpretado por un Sam Shepard que no desentonaría demasiado en el Grupo Salvaje de Peckinpah) muestra la madurez propia del redimido forajido cuyas gloriosas empresas y burlas a la ley forman parte de un remoto pasado. La película establece un buen relato en torno a esta figura, a la que contrapone con un Eduardo Noriega que, de alguna manera, despierta en él su perdido espíritu juvenil.

Por su parte, el director Mateo Gil muestra un buen conocimiento y respeto hacia el género más americano y, en este sentido, el film casi no se resiente de su producción europea y puede suponer una agradable sorpresa para los más fervientes seguidores del western.

Firma: Juan Xipell