Beautiful girls

Escrito por Scott Rosemberg y rodado en parajes nevados junto al lago William, cuenta con una notable recreación de tipos: desde el mencionado trío protagonista hasta las convincentes interpretaciones de la pequeña actriz Natalie Portman (la sagaz niña de Léon/El profesional), pasando por Noah Emmerich, Michael Rapaport, Rosie O’Donnell, Annabeth Gish y la ascendente Mira Sorvino; es decir, una nueva generación de artistas norteamericanos. La banda musical de David A. Stewart es también de primer orden y contiene excelentes canciones y baladas populares.

Con un ritmo trepidante, basado en ágiles diálogos y situaciones encadenadas, Beautiful Girls viene a ser como un bombardeo de bromas cáusticas en torno a los conflictos entre sexos y el corazón. Sin embargo, el relato está concebido lejos del estilo de los seriales televisivos –los autores podían haber incurrido en el “culebrón”– y acomete una mirada crítica e irónica, a veces excesivamente comprensiva y amoral, sobre un segmento de la sociedad estadounidense actual. Su retrato, pues, de cierta juventud de la América profunda es agudo y nada supeficial, ya que se ponen en tela de juicio las actitudes, los sueños y los miedos de toda una generación, la que acaso protagonizará el mundo del tercer milenio.

La rebeldía ante el “American Way of Life” tradicional –al que, con todo, están sujetos o se sienten atrapados estos jóvenes–, la falta de responsabilidad, el temor que les despierta el compromiso –sobre todo a los hombres– y la incertidumbre ante su propio futuro son tocados con sensibilidad e ingenio creador. “¿Cómo he podido llegar hasta aquí?”, manifiesta el vapuleado Tommy a su antigua chica, Sharon. “No me refiero a este hospital –continúa–. Me refiero a cómo he podido llegar a esto. No soy lo que esperaba llegar a ser. Ni siquiera estoy cerca… No dejo de pensar en el tipo que esperaba ser. Hay una chica junto a él, con él. Y creo que se parece mucho a ti”. O lo que dirá Andera a Willie: “Lo que busco de un hombre es que me haga feliz. El que me hace sentir desgraciada no dura mucho. Hay cuatro palabras que necesito oír antes de acostarme: Buenas noches, dulce niña…´ Eso es todo; soy facilona, lo sé. Pero el que sea capaz de pronunciar esas cuatro palabras es el hombre que quiero”. Ese atisbo de esperanza –también en el regreso de Willie, con su compañera, a Nueva York–, la estabilidad que ofrece el personaje de Mo –un matrimonio, con dos hijos, y un trabajo consolidados–, además del sentido de la amistad y un toque feminista que está representado sin pelos en la lengua por el personaje-arquetipo de Gina, son los otros ingredientes de este Beautiful girls. Este mordaz personaje –la película deja mejor paradas a las mujeres, verdadero eje del relato– concluye su discurso crítico así: “No nos concedéis de verdad nada parecido a un compromiso. Yo no sé en qué pensáis. Terminaréis con 80 años llenando de babas los pasillos de un asilo. Y entonces decidiréis que queréis sentar cabeza, casaros y tener hijos. ¿Y qué haréis? ¿Casaros con una animadora?”.

Ted Demme ha sabido resolver con soltura las situaciones límite –sin caer en las concesiones habituales, sólo en los crudos y en momentos obscenos diálogos–, demostrando que pueden tratarse temas íntimos sin recurrir al mal gusto. De ahí que su sencillo y nada pedante filme evidencie –aunque no tenga respuestas directas y claras– adónde conduce el hedonismo, la inmadurez y el sexo consumista.

Firma: Josep Maria Caparrós