Anochece en la India

El viaje siempre es un fructífero camino narrativo. La enfermedad inexorable es otro motivo de fácil dramatismo. Y la mezcla de culturas con cierto exotismo es un tercer ingrediente que Chema Rodríguez ha añadido al cóctel de su primera ficción como director, después de unos cuantos documentales a sus espaldas y el guión de la sencilla y agudamente cómica La gran final.

Así pues, esta road-movie se dedica a trasladar de España a la India, pasando por la Europa del Este, a un par de personajes mutilados emocionalmente, rotos y salvajes en su manera de comunicarse, mientras narcotizan con opio los altos en el camino.

Tanto Chema como David Planell (consagrado por interesantes dramas como 7 mesas de billar francés o Héctor) y el debutante Pablo Burgués saben dosificar los datos sobre sus protagonistas y saben disimular, hasta cierto límite, las carencias de un guión que se encalla en las reiteraciones algo vacuas del pasado hippie de Ricardo, mientras precipita la acción, casi hasta el cambio de género dramático, en sus últimos minutos.

Esta coproducción internacional logra una fotografía (de la mano del prolífico Alex Catalán) muy cohesionada y compacta a pesar del cambio de escenario, ilustrativa de un realismo arreglado sin pasarse, y acompaña y completa mucho mejor el relato que la decorativa banda sonora a base de canciones en inglés.

A pesar de los devaneos con una concepción materialista, autónoma y atribulada de la existencia, en el fondo de la película, aunque mostrado con algo de prisa, late el arraigo del ser humano a la propia vida y a la ajena. Sin ser un film redondo y bien perfilado, incluso con algún problema de comprensión de unos cuantos diálogos, Anochece en la India encamina la cinematografía española hacia un tipo de drama poco habitual, esta vez fraguado con mucha droga y menor recorrido.

Mientras todo eso ocurre, Juan Diego demuestra que sabe darle una vuelta más al rol que domina, el de taciturno, huraño y algo procaz.

Firma: Lourdes Domingo