Anarchy. La noche de las bestias

James DeMonaco se animó a dar continuidad a su estreno del verano pasado, The Purge: La noche de las bestias, que logró más éxito comercial del esperado. Con el apoyo de su director de fotografía y de un elenco de productores habituados al terror y la acción al límite (Jason Blum o Michael Bay entre otros), esta secuela abunda en la parábola sostenida por el punto de partida político: el fin justifica los medios. Si una noche al año de dar rienda suelta al instinto violento hace que el resto de noches y días los crímenes prácticamente desaparezcan, fomentemos dicha práctica.

DeMonaco dirige, así, su segunda película, tras una experiencia destacada en el guión. Jack o Negociador son algunos de los títulos escritos por él, pero fue ya en el remake Asalto al distrito 13 donde apuntó a algunos de los temas que aparecen en la purga: violencia, corrupción e intenciones maquiavélicas desde el poder.

Al amparo de la etiqueta de thriller especulativo, el film transcurre como un retrato de la anarquía, de ahí el título, que reina en las calles ante semejante situación. Por la noche, todos los gatos son pardos y además están armados. Así podría subtitularse esta producción que, si bien, está rodada y especialmente montada para suscitar interés y tensión, la sobredosis de pólvora, crueldad y machetes, logran saturar al espectador que busque algo más que una parábola colectiva superficial.

Incluso, ese efectismo en la construcción de giros y activación de secuencias puede bloquear lo que hay de interesante de analogía con la sociedad actual, que se refugia en algún tipo de novelas, películas o videojuegos para liberar, justamente, esas pasiones, en lugar de encauzarlas y gestionarlas con armonía en el conjunto de la persona.

Firma: Lourdes Domingo