Will Smith dio con la premisa argumental, Gary Whitta desarrolló el guión junto al contratado director M. Night Shyamalan y al final quedó una película de verano, con padre (Wil Smith) e hijo (Jaden Smith) como gran reclamo publicitario.
Lo que ha llevado a un realizador como Shyamalan, acostumbrado a cocerse sus propios platos de principio a fin (con cameos actorales incluidos), a integrarse en un proyecto con más ingredientes ajenos que propios, es algo que puede tener que ver con un necesario impulso publicitario a su carrera. Sin embargo, quizá la estrategia le esté saliendo algo torcida, no sólo desde el punto de vista comercial y de recepción, sino de desviación de su peculiar e incomprendida identidad argumental y estilística.
No cabe duda que esa deriva hacia un territorio distinto empezó con Airbender, un relato que sí estaba generado por el director de El sexto sentido de origen a fin, pero que mostraba un universo narrativo ajeno a la melancolía que le caracterizada, donde lo fantástico ya no incurría de tapadillo en lo ordinario sino que la historia se enmarcaba en un mundo totalmente maravilloso, donde también su marca de agua con la cámara había desaparecido.
Todos esos aspectos se dan asimismo en After earth (quizá con la excepción de cierto y alterado tono nostálgico que sí permanece en los personajes). La película de los Smith está rodada con un clasicismo de frío artesano, como la gélida Airbender. Eso no sería algo defectuoso de por sí sino se conociera la faceta primera de Shyamalan, en la que imprimía a tramas de género fantástico con vocación de gran público un tono de suspensión temporal a través de premiosas panorámicas y planos sostenidos. Tampoco lo sería si, quizá, el guión tuviera algo más de alma.
En este sentido, no se puede obviar que Whitta y Shyamalan recogen un elenco de figuras alrededor del miedo y la eterna dinámica paterno-filial del cine norteamericano, que intentan sembrar a lo largo de los 100 minutos de metraje. El discurso sobre el temor como pasión humana tiene su gracia, precisamente porque su inhibición parece afectar al resto de sentimientos que, por su ausencia, configuran al padre protagonista; un Will Smith vestido de militar incapaz de aceptar y tratar a su hijo como tal y no como aspirante a ranger. En esa contradicción aparece la parte más interesante del film, que luego se pierde y no es rescatada en una selva (metafórica y real) de carreras por la supervivencia en medio un paraíso perdido (la Tierra) que tristemente nos recuerda a lo más panfletario de Avatar.
Hasta el uso de la música ha perdido el carisma comedido y protagónico (aunque menos abusivo en presencia) que tenía en películas Shyamalan como El protegido o El bosque, en las que no existía la subordinación y subyugación plana a la imagen que sí se da en After earth.
En lo que a otras pérdidas se refiere, también la historia de Kitai y Cypher es, marcadamente, menos heroica desde un punto de vista social. Lo que sucede entre padre e hijo en la Tierra es lo que permite resolver su conflicto personal. Es decir, el recorrido se circunscribe a su microcosmos, con el resultado de salvarse exclusivamente a ellos mismos; no hay un recorrido de rescate, bien literal o analógico, que tenga valor colectivo o universal (algo que sí sucedía en su filmografía previa).
Sin incertidumbres sobre lo real (a pesar del resquicio de fantasma protagonizado por la hermana), sin atmósferas en pausa y con una abusiva presencia de Smiths (sin estar en Matrix), resta un Shyamalan aguado, irreconocible, y muy de verano.
Quizá para los espectadores que busquen un refresco estival de estas propiedades, After earth les sabrá correctamente, sin entusiasmar, porque realmente el film navega entre esas dos aguas: ni es el Shyamalan pasado ni esperemos que sea el del futuro, pues a la historia le falta algo de entraña y a la cámara algo más de drama.
Firma: Lourdes Domingo