A silent voice

A silent voice es una pequeña maravilla de la animación japonesa con la que reflexionar sobre el acoso escolar y sobre sus consecuencias, tanto en las personas en situación de víctimas como las que se situaron en rol de agresor.

Kyoto Animation nos ofrece un gran nivel en todos los elementos técnicos y artísticos de la película: el diseño de los escenarios y personajes, las transiciones de los movimientos y de los gestos del lenguaje de signos, la iluminación… Todo esto, junto a una banda sonora usada con gran acierto, consigue subirnos en una vorágine de emociones y de propios recuerdos adolescentes.

En la historia, tras el acoso hacia la nueva alumna sorda, es Shôya quien pasa de ser acosador a ser acosado por sus compañeros y todos asumen ese nuevo acoso como algo legítimo, como un castigo por sus actos. Los que fueron compinches no asumen las consecuencias y reinician el ciclo de la violencia esta vez con una nueva diana. Lamentablemente, ni la escuela ni las familias gestionan bien el conflicto y eso les lleva a la historia que nos narra A silent voice, donde cinco años después del acoso a Nishimiya, Shôya vive sumido en odio a sí mismo y es incapaz de relacionarse con los demás.

Construir nuevas amistades se convierte en un ejercicio de descubrimiento del ser humano, específicamente de los adolescentes y de los niños. También es importante saber cómo a esa edad se viven las cosas y cómo se es capaz de cambiar y comprender la magnitud del daño que nuestras palabras y agresiones pueden causar a los demás.

Los niños que un día abusaron de Nishimiya ya no pueden corregir sus errores pasados pero sí pueden reparar. Y, aunque parezca que a quien deben reparar es a la persona que fue su víctima, este viaje es tan maravilloso porque finalmente hay un proceso de auto-reparación. Para poder iniciar una segunda oportunidad uno debe perdonarse y volver a quererse a sí mismo.

El punto flojo del guion radica en el desarrollo de los personajes secundarios, pues empiezan prometiendo un trasfondo más profundo que finalmente no se alcanza. De todas formas, la potencia del mensaje no pierde fuerza y consigue darnos unas pinceladas sobre quienes huyen de los problemas, quienes buscan agravarlos sin saber por qué, quienes generan otros nuevos y quienes deciden girar la espalda.

Desde luego esta historia tiene mucho que aportar a menores y adultos sobre las consecuencias del acoso escolar, sobre cómo nos relacionamos con los demás y cuál es nuestro papel ante situaciones complejas. Importante tener en cuenta que en la película también se trata el suicidio adolescente por lo que, para su visionado con menores, es recomendable no sólo tener presente su edad sino también su nivel de madurez y de sensibilidad hacia este tema.

Sin duda alguna, estamos ante un soplo de aire fresco que puede ayudar a limpiar la mirada de muchas personas hacia el acoso escolar. Detrás de un acosador, de una víctima, de unos agentes activos o pasivos, hay siempre una persona que merece una segunda oportunidad. Como bien nos enseña el film, no es necesario tener una deficiencia para silenciar la voz de los demás.

Firma: Estefanía González