A Roma con amor

Woody Allen sigue fiel a su no explícita promesa de estrenar película cada año. En 2012, y después del tour por Londres (Match point), Barcelona (Vicky Cristina Barcelona), París (Midnight in Paris), es la ciudad eterna el centro de sus focos.

Con regusto a la comedia italiana que despegó en los 50, y con referencias más que directas a Fellini y su film El jeque blanco (en la trama de los novios de provincias), Allen juguetea entre fontanas y ruinas con una confianza ciega en el azar como baza para engarzar secuencias. De esta manera, hay momentos que de tan absurdos y cosidos con alfileres resultan más inverosímiles que los devaneos fantásticos de Midnight in Paris.

Woody Allen sigue fiel a sí mismo en la neurótica caracterización no sólo de su personaje sino de algunos alter ego que conviven en las diversas tramas. Liviano y aburridamente desinhibido en la presentación y desarrollo de los conflictos, siempre retorna en sus finales a posturas menos convulsas. A través de eso, hilvana varios discursos sobre la futilidad y puerilidad de la fama, los prejuicios ideológicos y los baratos trucos de seducción. No obstante, a diferencia de otras películas de Allen, como la parisina, A Roma con amor adolece de un guión donde las diversas tramas estén engarzadas en lo argumental y temático con coherencia y cierta unidad.

Para seguidores de la carrera del neoyorquino director.

Firma: Lourdes Domingo