Un presupuesto de seis millones de euros y un casting bien perfilado entre jóvenes promesas y promesas confirmadas avalan la presentación de este film. 1898, Los últimos de Filipinas busca en un hecho llamativo en la historia de España un acontecimiento fácilmente cinematográfico.
En 1945 ya se produjo una versión encajada en el contexto político del momento. Ahora, Salvador Calvo y Alejandro Hernández abundan más en el drama personal, las relaciones de grupo y la crisis de cierto tipo de patriotismo que acaba encerrado literalmente en una resistencia marcada por la sospecha y la desconfianza en el propio y en el ajeno.
Esos 337 días de aislamiento están rodados con una mezcla de acción y, a ratos, enervante parsimonia que no siempre encuentra el equilibrio dramático preciso. Hernández es autor de guiones donde ha abordado conflictos muy personales y complejos (Caníbal, Habana blues, Malas temporadas) y también aderezados con humor (Todas las mujeres).
En esta ocasión, adapta con libertad unos hechos históricos y los aliña con elementos que doten el conflicto de matices nuevos. Por su parte, Salvador Calvo (realizador en unas cuantas series y miniseries televisivas –Alatriste, Hermanos, Los misterios de Laura, Motivos personales, Los simuladores– sabe lidiar con ese tipo de relato pues ha sido responsable de algunos títulos de tintes biográficos, como Mario Conde, los días de gloria, La duquesa, Alakrana o Paquirri. Ambos, en esa pretensión de aportar originalidad, logran subtramas fuertes que alimentan varios frentes del guion (como la del fraile y el opio), pero también sucumben a una sensualidad muy frágil narrativamente y carente de un cierre digno (como la de la isleña cantarina).
A la consecución de una película como gran superproducción suma el trabajo de dos grandes profesionales que también aciertan en su contribución. Por un lado, está la partitura de Roque Baños (En el corazón del mar, Intruders…) que envuelve aunque no invade. Y por otro, la fotografía de Álex Catalán (La isla mínima, Grupo 7, Un día perfecto, El hombre de las mil caras) que saca partido a una experiencia similar en También la lluvia de Icíar Bollaín.
En definitiva, este estudio de caracteres ante la adversidad y en un entorno claustrofóbico atraerá al espectador paciente; interesado en la historia más como excusa y revisión, y atraído por ver la capacidad de adaptación de algunos de nuestros actores más versátiles.
Firma: Lourdes Domingo
A finales del siglo XIX España está librando sus últimas batallas para mantener sus colonias. Perdidas ya Cuba y Puerto Rico, ahora tratan de defender Filipinas. Baler es una aldea situada en plena selva sin ningún tipo de conexión con Manila, la capital. En esta zona se está desarrollando, bajo el mando de un tal Luna Novicio, un movimiento de resistencia que pelea por la rendición de los “castilias”, que es como llaman a los españoles.
En la noche del 4 al 5 de octubre de 1897 el destacamento español (50 hombres) fue asaltado. Tan sólo 13 quedaron con vida. Los jefazos de Manila decidieron que no había que rendirse y enviaron a otro grupo de 50 hombres. El mando lo ostentaba el capitán Enrique de las Morenas y le acompañaban el teniente Martín Cerezo, un médico llamado Vigil y Fray Cándido, un cura.
Carlos es uno de los soldados recién llegados. Muy buen dibujante, se convierte en el narrador de la película. Se encarga de restaurar las pinturas de la iglesia que hay en la aldea y a través de sus ojos se obtiene una visión de lo que supuso esa curiosa situación militar y geopolítica.