En el último año, me he detenido especialmente a observar ChatGPT, el extraordinario sistema de Inteligencia Artificial (IA) que, con solo registrarse, está al alcance de cualquier usuario digital. De manera asombrosa, en dos años desde su lanzamiento en noviembre de 2022, según un informe reciente, ChatGPT ya cuenta con más de trescientos millones de usuarios activos semanales1.
Aún más impactante, el propio CEO de OpenAI, Sam Altman, reveló que los usuarios envían más de mil millones de mensajes al día a través de esta plataforma2. Estas cifras no solo son vertiginosas, sino que reflejan la rapidez con la que la IA ha transformado nuestras formas de interactuar con la tecnología. Ante este nuevo modus vivendi, marcado no solo por la omnipresencia de las pantallas, sino por una transición definitiva hacia la era de la IA, afloran naturalmente interrogantes fundamentales para quienes trabajamos en la educación: ¿Hacia dónde nos dirigimos? ¿Cómo enseñaremos en el aula? ¿Cómo investigaremos? ¿Cómo evaluaremos a los alumnos?
Estamos ante un cambio que exige replantearnos el futuro de la enseñanza
Más aún, ¿cómo será la colaboración entre alumnos y profesores cuando esta herramienta —que ha llegado para quedarse y evolucionar— continúe expandiendo su influencia en nuestras vidas? Estamos, sin duda, frente a un cambio de paradigma que exige replantearnos el futuro de la enseñanza, el aprendizaje y la comunicación en un mundo cada vez más moldeado por la Inteligencia Artificial.
En este nuevo paradigma tecnológico, me parece que un uso inteligente de la IA será preguntarse con frecuencia por cuál es el secreto de su verdadera eficacia y reflexionar sobre el uso adecuado que debería darse en los diversos contextos humanos.
La eficacia de una herramienta tan poderosa como ChatGPT en el aprendizaje depende, en gran medida, de desarrollar un espíritu crítico para evaluar las respuestas que genera —a menudo ofreciendo dos simultáneas— a partir de datos disponibles en la nube. No todo lo que genera vale, ni debe tomarse como fiable, ya que en modo alguno es una inteligencia infalible ni completamente prodigiosa. Aunque no pretende engañar a su interlocutor, puede incurrir en errores, lo que subraya la necesidad de contrastar sus datos con fuentes clave, como libros y artículos de referencia en la materia que estemos abordando. En esencia, se trata de entender sus fortalezas y limitaciones para utilizarla como una herramienta que amplíe nuestros conocimientos.
Por otro lado, me parece un tanto erróneo afirmar que el uso reiterado de ChatGPT merma la capacidad creativa de alumnos o docentes. Al contrario, una herramienta que genera ideas no puede considerarse poco creativa; es justamente lo opuesto. En este sentido, en una prueba que le hicieron a ChatGPT, la Escuela de Creatividad de Barcelona concluyó que este instrumento puede potenciar la creatividad en el día a día, especialmente en sectores como la publicidad, las redes sociales, el marketing, la comunicación y la creación de contenido. En menos tiempo, permite generar mejores briefs, guiones o títulos para anuncios, lo que optimiza el proceso creativo y abre nuevas posibilidades3.
El reto está en cómo integramos los chatbots de manera consciente en nuestras aulas
En el fondo, creo que la clave está en crear primero por uno mismo, plasmando en un papel las ideas con palabras, e incluso, con imágenes; y luego, recurrir a ChatGPT para recrear ese primer impulso, perfeccionando y refinando la idea genuina hasta lograr una expresión clara y bien deinida.
Este podría ser, al menos, un buen camino para el creativo innato, que utiliza la herramienta como un complemento para potenciar su imaginación. En cambio, para el que se considera menos inventivo, el proceso tal vez podría ser el contrario: pedirle una idea como fuente de inspiración para luego desarrollarla con más fluidez.
En el ámbito universitario, he encontrado a docentes reticentes al uso de ChatGPT en la investigación, argumentando que puede fomentar el plagio y que la información valiosa de autor podría quedar diluida en la nube, perdiendo su riqueza intelectual. Sin embargo, creo que, si lo vemos como un enemigo de la investigación o la docencia universitaria, corremos el riesgo de quedarnos atrás y convertirnos en algo tan obsoleto como las antiguas enciclopedias de Espasa que se guardaban en casa de nuestros abuelos.
Hace algún tiempo, cuando la IA comenzaba a hacerse popular en España, una buena amiga que investigaba sobre ChatGPT me mostró los fallos que el sistema puede llegar a cometer. Le pedimos que nos recitara el famoso poema de Machado Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y el sistema inventó los versos. En lugar de decirnos “y un huerto claro donde madura el limonero”, nos dio: “y un huerto, con una alberca, donde llora una rosa”. En diciembre de 2024 he vuelto a realizar la prueba y sigue cometiendo el mismo error.
Este hecho debería hacernos reflexionar profundamente: no se trata de demonizar ni de idolatrar a ChatGPT, sino de entender su verdadera naturaleza. Es un recurso didáctico, una herramienta para el aprendizaje en campos como las ciencias y las letras; un instrumento que, aunque imite la inteligencia humana, jamás podrá sustituirla.
Nuestros alumnos deben aprender a diferenciar entre inteligencia y sabiduría
En esta línea, el profesor catedrático de Filosofía Jaime Nubiola aporta la siguiente reflexión: “En estos días varios colegas me han advertido de un fallo garrafal de ChatGPT que lo inhabilita por ahora para el mundo académico: ¡Se inventa muchas referencias bibliográficas! Esto es, crea referencias falsas. Si le pregunto «¿Qué ha escrito Jaime Nubiola?» proporciona una lista de libros que no he escrito yo. Lo mismo ocurre si le pregunto por citas mías: contesta inventándose seis frases hermosas que tampoco son mías.”
Ya se ve que todavía el sistema ChatGPT tiene mucho que aprender, pero estoy persuadido de que más pronto que tarde aprenderá. No hemos de tenerle miedo, al contrario, me parece una invitación a pensar más, a pensar mejor, para así poder vivir más creativamente.
Parafraseando a Nubiola, viviremos de manera creativa y pensaremos mejor si dejamos de enfocarnos en obtener respuestas rápidas y empezamos a plantearnos mejores preguntas. Si nuestro objetivo es formar a personas verdaderamente inteligentes, debemos contrarrestar la inmediatez con la reflexión pausada y, frente a la automatización de datos e imágenes, priorizar el pensamiento crítico.
Si aspiramos a que nuestros alumnos sean agentes de cambio en el futuro, es crucial enseñarles a diferenciar entre inteligencia y sabiduría. ChatGPT puede hacerlos más inteligentes, pero no necesariamente más sabios. Solo cuando utilicen esta herramienta como un apoyo para desarrollar su creatividad, inteligencia y voluntad, en lugar de depender de ella como sustituto, podrán maximizar su verdadero potencial.
En esta línea, me parece particularmente atinada la reflexión de Senén Barro, director del Centro de Investigación en Tecnologías inteligentes, que se recoge en un artículo titulado El ChatGPT revoluciona las aulas publicado en el XLSemanal4:
“ChatGPT es lo más sorprendente que hemos visto en años. Pero la cuestión no debería ser cómo evitar que nuestros alumnos nos engañen, sino cómo usar estas herramientas, tanto docentes como estudiantes, para mejorar el aprendizaje.
La mejor educación seguirá estando en manos de los mejores profesores, pero estos sistemas van a formar parte de la vida de los jóvenes y de su trabajo. Y no debemos olvidar que somos los humanos los que hacemos las preguntas, aunque las máquinas nos den cada vez mejores respuestas.”
En definitiva, el verdadero reto no está tanto en cuánto dependemos de ChatGPT y otros chatbots de IA, sino en cómo los integramos de manera consciente en nuestras aulas, oficinas, hogares y en todas las esferas de la sociedad, la ciencia, la cultura y el arte para enriquecer nuestro conocimiento.
Sin embargo, lo que la IA nunca podrá reemplazar es el anhelo genuinamente humano de profundizar en la realidad y de cuestionarla con esas preguntas cuyas respuestas no serán siempre inmediatas ni se limitarán a unos algoritmos.
Firma: Rocío Montuenga. Departamento de Formación de Fundación Aprender a Mirar