El famoso documental El dilema de las redes que Netflix emitió el año pasado hizo pública la batalla feroz entre las grandes plataformas digitales por hacerse con el algoritmo que más “atrape” al usuario. Aún así, parece que se nos olvida. Seguimos en una doble vida; por un lado, pendientes de contarle al mundo nuestras mejores experiencias y, por el otro, nos toca vivir la vida real, el día a día, lo cotidiano.
El uso de las redes sociales se ha disparado en los últimos años. La intuición nos lo dice y, además, numerosos estudios científicos informan sobre el impacto negativo de las redes en la autoestima y la salud de los jóvenes –y los no tan jóvenes–. Si nos fijamos en las estadísticas, muestran un incremento del consumo especialmente entre los adolescentes. La literatura constata que los más jóvenes son más vulnerables debido a una mayor propensión a la hora de desarrollar problemas adictivos.
La Agenda 2030 incluye entre sus Objetivos de Desarrollo Sostenible la educación de calidad. Sumándonos a este reto global, proponemos una reflexión sobre cómo seguir educando a nuestros jóvenes en una adecuada presencia en el mundo online.
Como punto de partida, es necesario no demonizar las redes sociales, optar por una estrategia basada en la formación y supervisión en lugar de la prohibición y tener en cuenta el entorno social en el que ha crecido la generación Z. Y es que los actuales adolescentes son 100% nativos digitales, no han conocido un mundo sin internet.
Este hecho tiene unas implicaciones importantes a nivel relacional. Muchos jóvenes viven sumergidos en una doble identidad: mi yo digital vs. mi yo real. No pensemos que es un hecho nuevo. Lo que hace unos años podía ser mi “yo” social con mis amigos y el “yo” en mi casa o trabajo ahora se vive como una realidad. Podríamos pensar: ¿y qué tiene de malo? Hagamos la pregunta en positivo, ¿qué tiene de bueno para el desarrollo emocional de los jóvenes?
Los adolescentes son extremadamente celosos de su intimidad. Comparten sus experiencias e inquietudes con sus iguales y sólo con los adultos que les muestran confianza. Todos hemos sido jóvenes y también necesitábamos ser aceptados, reconocidos y valorados. Con las redes, tienen abierto un escaparate al mundo que les permite ser vistos y ganar presencia. Este aspecto no es negativo, pero no debemos olvidar que puede generar una falsa sensación de seguridad y autoestima. En relación con esto último, muchos jóvenes recurren al like para suplir la falta de reconocimiento que no encuentran en su familia, amigos o colegio.
¿Qué podemos hacer los padres?
No perdamos de vista que la familia es el primer entorno de referencia donde se construye la autoestima y se transmiten los valores fundamentales. Esto no es solo reconocer, felicitar y premiar. Existe una visión más completa. La auténtica autoestima incorpora una certeza profunda que confirma en el corazón del adolescente que la vida merece la pena ser vivida, tal y como afirma el pedagogo F. Nembrini.
El valor de la persona es el núcleo básico de la autoestima según apunta el psicólogo P. Ortega. El joven es mucho más que sus competencias, cualidades y carencias. Debemos ayudarles a que se conozcan, a desarrollar sus talentos y acoger sus limitaciones como parte natural de la vida. La limitación nos hace aterrizar y nos introduce en la realidad, nos hace ser persona y muestra que nos somos superhéroes.
En definitiva, como padres y formadores debemos conocer el entorno en el que se mueven los jóvenes y estar atentos a las señales que revelan el nivel de su autoestima.
Firma: Jorge San Nicolás