Luc Besson presenta una bonita imagen para una historia que flota en la superficie de los cuentos, pero se hunde en algunas charcas pringosas y en un tono adulto que deja fuera a la audiencia adolescente.
El director francés Luc Besson escoge al famoso personaje de Bram Stoker, Drácula, y decide darle un origen más romántico. Esta vez, Drácula es la consecuencia de una riña con Dios y un amor eterno perdido. Quizá este punto de partida es de las cosas menos logradas del film. A saber: durante los primeros minutos de la película (unos 10) vemos la relación de dos jóvenes. Una relación que, después, sabremos que es amor eterno, pero que a priori solo es una fiesta de alcoba de un matrimonio algo infantil. A ese amor le falta fondo, le falta verdad y le falta poso. Quizá por eso, todo lo que viene después nos suena un poco falso.
Sin embargo, como nos gusta Drácula y Besson sabe cómo iluminar, coreografíar, ambientar y, en fin, cómo colmar nuestros sentidos audiovisuales, podemos continuar en una historia de fantasía –colorida, con bonito vestuario y preciosos escenarios, bailes y música– que tampoco necesita demasiada profundidad. Recorremos el mundo y sus excesos durante varios siglos y asistimos a las reiteradas e infructuosas búsquedas de Drácula. Elisabeta no aparece por ningún lado.
La trama paralela es la de un sacerdote exorcista que recibe la misión de diagnosticar a María, una joven que sufre ataques desbocados de ira y lujuria ante cualquier cosa que haga referencia a Dios. Este simpático personaje (el cura), interpretado por Christoph Waltz (Malditos bastardos), será el antagonista perfecto para el melancólico príncipe Vlad (Caleb Landry Jones, Tres anuncios en las afueras).
Durante la película, no hay ni rastro de una explicación sobre el cambio de hábitos alimenticios de Vlad ni de su nueva dentadura pero, a estas alturas, ya no nos importa. Solo queremos recobrar a Elisabeta y devolverle la paz a Drácula. Así que, finalmente, este cuento de amor es más bien un cuento de fantasía algo sangrienta, donde la rabieta de un humano se convierte en su sufrimiento eterno. Mientras, un Dios que no le quita ojo, hará lo posible por recuperarlo.
Con una cierta bondad en la historia, unos personajes sin engaño, una aventura de búsqueda incansable y un rodeo (larguísimo) hacia el arrepentimiento, Dracula: A love tale podría haber sido un clásico similar a La princesa prometida, pero se aleja de la audiencia más joven por la sangrienta, impúdica y ácida sociedad en la que se desarrolla.
Firma: Mar Pons
Siglo XV. El príncipe Vlad debe acudir a la guerra e implora a Dios que mantenga a salvo a su amada esposa, la joven Elisabeta. No obstante, durante la contienda, Elisabeta muere a manos de los enemigos y Vlad reniega de su fe. La apostasía de Vlad recibe un inaudito castigo de Dios: el príncipe es ahora inmortal.
Han pasado los siglos y Vlad sigue buscando a la reencarnación de su esposa, convencido de que las almas puras vuelven otra vez a la Tierra después de su muerte. Por fin, entrado el siglo XIX y cuando ya había perdido toda esperanza, una mujer en Londres hace saltar todas las alarmas.