Con una estética de colores chillones y un humor absurdo, la película se presenta como una comedia de crítica social a la sociedad del bienestar, aunque por momentos parezca justificar aquello mismo que parodia o exagera.
Con Pequeños calvarios, Javier Polo Gandía construye una película que funciona tanto como retrato generacional como sátira social, abordada desde un tono cómico con tintes absurdos. El director consigue que el espectador salga de la sala con una sensación ambigua, cavilando sobre esas miserias que son, en el fondo, universales. Y ahí radica su mayor acierto: invita a la observación de un puñado de vidas ordinarias que reflejan el desconcierto contemporáneo. Entre ellas, una pareja que llora la pérdida de su perro-hijo, un hombre que enfrenta el final de su vida, una profesora de yoga que busca serenidad frente a una vecina extravagante, y un trabajador que, cansado del ritmo profesional y personal, huye a un camping en busca de sosiego.
A nivel técnico, destaca el tratamiento del color y la estética modernista que desde fucsias, azules y naranjas chillones acompañan las vidas desgraciadas contrastando fuertemente con el gris de sus días, como si el color fuera también otro elemento cómico. Asimismo, elementos simbólicos, como los relojes que repara Carlo —metáfora del tiempo que se desvanece— o el programa de radio que revela frustraciones colectivas, articulan el retrato de una sociedad desorientada, que busca sentido en los placeres inmediatos y en el ruido cotidiano. En cuanto a las actuaciones, en general resultan correctas, aunque carecen de un brillo especial que potencie la carga emocional del relato.
Sin embargo, el film tropieza en el equilibrio entre fondo y forma. Las escenas de sexo explícito, los diálogos excesivamente prolongados y el lenguaje vulgar reiterado diluyen la potencia del discurso y relegan a un segundo plano la reflexión existencial que intenta emerger. Aunque Polo Gandía pretende explorar, desde lo grotesco y lo banal, hasta qué punto la prometedora sociedad del bienestar genera lo opuesto a lo que predica, el humor termina por convertirse en un recurso irregular y, en ocasiones, chocante, que impide al título alcanzar la profundidad que sugiere. En última instancia, Pequeños calvarios, pese a su tratamiento técnico, presenta un contenido excesivamente frívolo. La obra ofrece una visión escéptica y desencantada de la existencia, donde no parece existir una verdadera salida al sufrimiento más allá del sexo, las drogas, el yoga, la comida y otros placeres fugaces que, al final, no logran mitigar el vacío interior.
Firma: Rocío Montuenga
Carlo es un relojero un tanto peculiar que madruga cada mañana para ajustar engranajes y dar cuerda a relojes que parecen nunca callar. Mientras trabaja, escucha su inseparable programa de radio, “Pequeños Calvarios”, donde desfilan nombres cargados de desdicha y sinsentido. Cada historia —un calvario distinto— comparte un mismo anhelo: hallar paz en un mundo que se acaba y que solo parece ofrecer consuelos efímeros y placeres inmediatos.