Raoul Peck presenta, por un lado, una intención pedagógica de acercarnos a la figura de Ernest Cole. Por otro lado, entreteje una crítica al racismo y sus consecuencias, así como una oda al poder de la fotografía.
Raoul Peck siempre ha mostrado un posicionamiento reivindicativo en su filmografía, ya bien sea recuperando a eminencias de la historia reciente o denunciando grandes injusticias sociales que han ocurrido en ella (tanto en ficción como en no-ficción). En su último documental, premiado en Cannes, acerca al público a la personalidad de Ernest Cole, fotógrafo sudafricano nacido durante el Apartheid y exiliado a EE.UU. en busca de mejores oportunidades.
En lo visual, la película utiliza materiales de archivo, grabaciones actuales de las localizaciones que transitó el protagonista, entrevistas con conocidos y las propias fotografías realizadas por Cole. Asimismo, Lakeith Stanfield se hace pasar por él, narrando en una voz en off en primera persona para hacer llegar al espectador, de una forma más íntima, tanto su dimensión profesional como personal.
El pequeño misterio que abre el film (y da nombre al título) –el hallazgo de unos negativos de Cole encontrados tras su muerte– queda sin resolver. Al final, el foco importante es el propio Ernest y cómo, a través de su vida y algunos personajes coetáneos, no solo hay una aproximación pedagógica, sino que se indaga en temas como el racismo, las consecuencias de este y la complicidad occidental. Un relato duro y triste, que abre obligadas reflexiones y presenta a una figura, cuanto menos, inspiradora.
La fotografía queda expuesta como una forma de destapar un sistema opresivo y otras injusticias. Se compone así una oda a una disciplina artística que, como cualquier otra, deviene en algunos una necesidad vital, una forma de posicionarse políticamente y una vía para aproximarse a la condición humana.
Firma: Yoel González
Ernest Cole fue un fotógrafo sudafricano autodidacta que expuso, mediante su cámara, las injusticias y la violencia del Apartheid. Su obra, y en especial su libro House of Bondage, lo llevaron a exiliarse a Nueva York. Desde entonces, jamás acabó de encontrar un nuevo hogar ni restituir la vida que le habían arrebatado. Y, entre EE.UU. y Europa, tan solo le quedó la fotografía para alzar su voz, aquella que habían intentado acallar y que resurgió, de forma inesperada, diecisiete años después de su muerte, con el hallazgo de 60.000 negativos de su obra en un banco sueco.