Un nuevo film de Hong Sang-soo, de nuevo también metacinematográfico y con reflexión antropológica entre personajes dedicados al mundo del cine y perdidos en las calles de una ciudad.
La breve nota facilitada a la prensa por la distribuidora de este film afirma que estamos ante una de las “películas más entretenidas y accesibles de su director”. Este comentario no puede ser más certero a la par que alentador, ya que Hong Sang-soo se caracteriza por un cine críptico y desconcertante que fascina por su dominio de los tiempos y los espacios, por la calidez de sus protagonistas y, de ahí lo sorprendente, por unas tramas incomprensibles a pesar de su sencillez y cotidianeidad.
No es que La cámara de Claire sea una cartilla de parvulario. Sin embargo,,en este caso, Sang-soo ha realizado un pequeño ejercicio centrado en la siempre poderosa presencia de Isabelle Huppert y en un relato fácil de comprender.
La rodó, efectivamente, durante su estancia en el Festival de Cannes de 2016. Allí dejó que la actriz francesa deambulase, como su personaje, y la hizo verse envuelta en el enredo entre Manhee, su jefa y el director de cine que va a presentar su trabajo al Festival.
Sang-soo huye de la alfombra roja y de los grandes bulevares de la ciudad y filma en espacios mínimos y anodinos pero reales: una solitaria mesa a la puerta de un café, el comedor de un barato restaurante oriental, un balcón o unas escaleras le bastan como escenario donde dejar que surjan los problemas personales de los protagonistas. Los rueda con un encuadre quieto, objetivo y basando el film en las eficaces interpretaciones y en la tensión que genera la quietud de los planos.
La genialidad continúa utilizando un observador neutro, Claire, para sacar a la luz los entresijos privados de los miembros del gremio cinematográfico. El rol que interpreta Isabelle Huppert, de manera espléndida, como es habitual, funciona como un catalizador de emociones al captar con su cámara a los diferentes participantes del juego.
De este modo, Claire acaba siendo el espectador que se encuentra de manera fortuita ante el drama de aquellos cuya profesión es, precisamente, inventarse y contar dramas. Su desenfado, su optimismo, la apertura a todos, su poco apego a las fotos que realiza y el saberse fuera de los jaleos del mundo del cine hacen de ella una figura deliciosa y capaz de enfrentar a los demás con la verdad de sus sentimientos.
Firma: Esther Rodríguez
Manhee es una joven empleada de una distribuidora de cine coreana. Estando en Cannes en un viaje de trabajo, es despedida por su jefa mientras toman un café. Desalentada por la noticia y sin entender por qué le ha acusado de ser deshonesta, conoce a Claire, una profesora de París que pasea por la ciudad haciendo instantáneas con su Polaroid.
