A favor de la serie juegan bastantes ingredientes: la original idea de un argumento que se desarrolla a varios niveles; una producción que, a pesar del croma, insiste en los exteriores; la ambientación en diferentes y variados escenarios; personajes con relieve y capacidad de desarrollo y, por último, actores eficaces.
El Ministerio del Tiempo ha optado por una trama argumental de difícil desarrollo coherente. Los saltos temporales provocan, en multitud de historias, problemas de concepto y el recelo en el espectador que intenta, sin proponérselo, organizar y establecer las pautas lógicas de un hecho, en sí mismo, ilógico. Para evitar un bucle sin salida, la serie sólo toma prestada la idea, que desarrolla al mínimo, y con la que nos conformamos, ya que lo interesante no son los viajes en el tiempo, sino lo que sucede en cada uno de ellos.
Los episodios se abren y se cierran con historias capitulares que ayudan a simplificar y a diluir la compleja idea inicial. Pero también se ha aprovechado esta decisión para mostrar diferentes épocas, lo que da variedad y riqueza a la serie y multiplica sus posibilidades. Además, aunque se le presupone un buen trabajo de documentación, las narraciones son sencillas y no pretenden representar una momento histórico en profundidad, sino pasar por él y sacarle algún provecho narrativo. Con ello se evitan, aunque no siempre, partidismos y apologías recurrentes.
Uno de los efectos del juego espacio-temporal muy bien aprovechado por El Ministerio del Tiempo es la desubicación de los personajes, sus reacciones ante una época y unos modismos que desconocen y el humor con el que se integran en las tramas. Sirvan como ejemplo a figura de Velázquez, internet o la autoparodia frecuente.
En la serie, el presente se enfrenta al pasado y viceversa. Se cuestiona la pérdida de ideales, de fidelidad, del concepto de honor y se ensalzan los avances médicos, tecnológicos y los derechos obtenidos por la mujer, entre otros. Sin embargo, el amor y la familia siguen siendo claves para la supervivencia emocional y física del ser humano de cualquier época.
No estamos frente a una producción perfecta pero, sin duda, El Ministerio del Tiempo destaca entre el resto de títulos actuales e invita a pensar que, algún día, nuestras series podrán abandonar ese tono facilón, con el que se pretende llegar a la audiencia masiva, y proponer un entretenimiento más elaborado y, además, tener éxito.
Firma: Mar Pons
El Ministerio del Tiempo es un organismo ultrasecreto encargado de vigilar el pasado y está dirigido por Salvador Martí, el subsecretario de Misiones Especiales. Este Ministerio esconde en sus instalaciones centenares de puertas que son la entrada a diferentes épocas de la historia de España.
Una vez descubiertas las puertas, este organismo se fundó para protegerlas y para que nada alterase los acontecimientos que forjaron el presente. Con la misión de impedir que ningún intruso del pasado llegue a nuestro tiempo, y viceversa, para beneficiarse de la Historia existen las Patrullas del Tiempo, unas unidades de élite que viajan por diferentes épocas para corregir posibles errores.
Irene Larra comanda una de las más recientes. A ella pertenecen Julián Martínez, enfermero del SAMUR en 2015, Amelia Folch, la primera mujer universitaria en la Barcelona de 1880 y Alonso de Entrerríos, un soldado de los Tercios de Flandes. Estos tres dispares personajes deberán enfrentarse a diferentes organizaciones e individuos que pretenden sacar beneficio propio de las alteraciones temporales.