Secretos de Estado

La cadena de Mediaset se pone “en modo” americano y pretende ofrecer una serie de intrigas políticas, pero en vez de en la Casa Blanca, en la Moncloa. Qué lejos estamos de poder escribir una serie creíble con ese preámbulo si tomamos como referencia los modismos y singularidades de los dirigentes del país más poderoso del mundo.

Y es que sus creadores piensan que podemos comulgar fácilmente con la idea de que “el mundo entero está pendiente de nosotros” (como dice Pedro Piqueras en la serie), o que la primera dama dé un discurso improvisado por la televisión y los espectadores acaben aplaudiendo patrióticamente, o que todo esté bajo el poder de un solo hombre (el ex-presidente) o… en fin, que nada se sostiene.

Pero no son solo los detalles presuntuosos del guión lo que hace que rechine su verosimilitud, sino que, en paralelo y como contrapunto, la hija adolescente se liga al segurata guapo (¡claro!), el Presidente tiene una aventura con la jefa de prensa (¿en serio?), las compañeras carcelarias tiene buen corazón (qué idea tan original) y la primera dama quiere llegar a Presidenta (¿por osmosis?).

Una idea grande para un guión muy mediocre. Después de esto, ya nada importa. Si las actuaciones son buenas o malas, da lo mismo porque el personaje es descabellado. Si los conflictos son mejores o peores, da igual porque son insensatos. Si hay complot político o no lo hay, es irrelevante porque todo es disparatado. Y si vemos exteriores o bonitos edificios, queremos ubicarlos en vez de dejarnos llevar.

Al final, si alguien ve Secretos de Estado será por no tener nada mejor que hacer y eso es difícil con tanta variedad audiovisual al alcance de todos. Si alguien busca política made in spain que vea Vota Juan, mucho más original y convincente.

Firma: Mar Pons