Puro vicio

Para la adaptación de la novela de Thomas Pynchon publicada en 2009, Paul Thomas Anderson (considerado un maestro desde Magnolia) se lanza a narrar una aventura urbana con un estilo, cuanto menos, complejo y discutible. Nada que objetar, sin embargo, a la dirección (impoluta), el reparto (multimillonario) o la música (sobradamente adecuada).

Puro vicio podría ser el manual de la próxima entrega de la saga de videojuegos GTA. Lo tiene todo. Un protagonista malote y ambiguo -brillantemente llevado por Joaquin Phoenix-, acción, drogas, chantajes y, sobre todo, muchas mujeres encajadas en el estereotipo de la «femme fatale» (sin ropa, eso sí).

Con un humor tan negro como sarcástico, Puro vicio son dos horas y media de delirio suburbano. Si en algo coincide gran parte de la crítica es en lo complicado que resulta no perder, constantemente, el hilo de lo que está pasando, ya que el vaivén de personajes, tramas y subtramas consigue desorientar al espectador.

Además, al terminar el visionado (cosa que no pasaba tras tres horas de Magnolia), uno se encuentra con que no sabe muy bien qué se le quería contar. Sobran tramas, sobran minutos, sobra narración en «off» con frases de filosofía astronómica barata, y falta, sobre todo, tener claro en cada secuencia qué es lo que busca el protagonista. Estamos, así, ante uno de esos films de reflexión existencialista como algo valioso en sí mismo, y no como un medio para contar una historia más objetiva.

Para los adoradores del cine «callejero» de culto, de la atmósfera setentera del vicio y la psicodelia, que estén dispuestos a arriesgar dos horas y media de su día con un ensayo imponente, con muchas virtudes, pero indescifrable.

Firma: Josepmaria Anglès