Mucho ruido y pocas nueces (1993)

Análisis

Como un niño de pie encima de una silla la víspera de navidad, Kenneth Branagh empieza Mucho ruido y pocas nueces (1993) recitando paulatinamente a Shakespeare. Lo hace, cómo no, en forma de sentido homenaje, a través de una joven Emma Thompson que pronuncia con afecto y regodeo las palabras del dramaturgo inglés. No es un dictado. Más bien una advertencia: esto es teatro adaptado. Y no uno cualquiera. Branagh adapta al autor más veces llevado a la gran pantalla. Y como en la careta de todo programa radiofónico que se precie, comienza su película apostando por lo formal: con movimientos de cámara, vibrante banda sonora y secuencias filmadas al ralentí. Todo ello, con mucha luz y colores cálidos. Paz y alegría. Risas y sonrisas. Ni rastro de la sordidez. Sólo idealismo. Mondo y lirondo.

El director de Enrique V (1989) presenta, en esos minutos iniciales, esto que las academias de narrativa tanto subrayan: el código genético de la película, su esencia. Además de confesar su enorme pasión literaria, Branagh te permite degustar una pequeña muestra de lo que veremos a continuación: cine vitalista, emotivo, vigoroso… La escrupulosa adaptación de una screwball comedy escanciada con rigor y respeto espartanos hacia la obra teatral de la que bebe. Una película que sirve de probeta, al ser capaz de mezclar en perfecta armonía las siete declinaciones del arte y, en especial, los lenguajes del cine y el teatro; combinación que directores como Akira Kurosawa, Orson Welles y Roman Polanski ya habían realizado con acierto. El primero –“emperador del cine”, en palabras de Stuart Galbraith IV– adaptó en su día muy fielmente los contenidos de Macbeth y El rey Lear, con el aliciente de que trasladó personajes y conflictos de la Inglaterra del siglo XI al Japón feudal del XVI. El resultado fueron las solemnes películas Trono de sangre (1957) y Ran (1985), dos indiscutibles obras maestras. Por su parte, Polanski y Welles pergeñaron adaptaciones más bien personales, pero igualmente extraordinarias, que despertaron polémica. Especialmente en los sectores puristas de la crítica.

A ese grupo de cineastas empollados se une, lógicamente, Kenneth Branagh con una película que –aunque menos apabullante que las secuencias de belicismo desencantado y nebuloso filmadas por un Kurosawa que nos trae ecos de William Turner– destaca como ejercicio de celebración vitalista y despreocupada.

¿La historia que cuenta? Una especie de Gran Hermano de época. Llega triunfante a una apacible villa de Messina (Italia), un grupo de soldados que vienen de la guerra, pero empiezan otra en terreno amoroso y ante el sexo opuesto. Pedro, un Denzel Washington con poca cara de príncipe español, decide ayudar a su tímido compañero Claudio a declararse a Hero, la hija del gobernador de Messina. El príncipe también tratará de emparejar, a través del equívoco, a Benedicto y Beatriz, dos jóvenes que se odian desde hace tiempo. Pero Don Juan –arquetipo teatral interpretado por un Keanu Reeves injustamente nominado a los Razzie– no quiere permitir toda esa alegría y trata de hacer naufragar la relación entre Hero y Claudio. También mediante la confusión. Al final, sin embargo, todo se aclara, el amor se impone y el desorden culmina en rectitud, en paz, en alegría recobrada.

Mucho ruido y pocas nueces parece definirnos el cine desde la más simple de sus acepciones: como instrumento que aporta emociones placenteras, como un acto festivo, la manifestación obvia de la “joie de vivre”. La misma satisfacción que envolvía, por ejemplo, a los optimistas personajes de La vida es bella (Benigni, 1997) o a los componentes orientales de la alocada coreografía final de Zatoichi (Kitano, 2003).

El deseo, no obstante, es el verdadero objeto del film, el punto de partida, la mecha que enciende una historia sobre el engaño como única vía para entablar relaciones amorosas, ya sean primerizas y virginales (como la de Bea y Benedicto) o maduras y con matices (la formada por Hero y Claudio). Del “amor voluble” nos habla, grosso modo, esta película. Del amor irregular y pasional. Tan “inconstante” como el hombre que nos define Emma Thompson al inicio del film.

Kenneth Branagh no sólo destaca por ofrecer una alegre película-bisagra entre cine y teatro. Más allá de su función simbiótica, de su acertado reparto –Branagh, Thompson y no tanto el histriónico Michael Keaton re-interpretando al “Beetlejuice” de Tim Burton– y de su elegante montaje, lo que hace de esta cinta una intachable obra maestra es su capacidad para sortear la ñoñería barata made in Hollywood y su apariencia de show basura de Telecinco, para quedarse en lo que es: una comedia de enredo sobre amores cruzados e incomprendidos tan simple como brillante, que cuenta con momentos de inigualable lirismo –como ese plano-secuencia musical expuesto más arriba– que, ojo, son capaces de reformular el recuerdo que uno conserva de los almuerzos costumbristas pintados por Gustave Courbet y Édouard Manet. No os perdáis estas dos horitas de cine que te anima, divierte y te deja buen sabor de boca, no sin antes gritarte a la cara lo imperfectos y complicados que somos.

Firma: Carles M. Agenjo

ficha técnica

Director: Kenneth Branagh

Guionistas: Kenneth Branagh

Intérpretes: Denzel Washington, Emma Thompson, Kate Beckinsale, Keanu Reeves, Kenneth Branagh, Michael Keaton, Robert Sean Leonard

Género: -

País: Reino Unido

Fecha estreno: 11/02/1994

Lenguaje: Culto

Público

+12 años

Valoración

Contenido

Humor

Acción

Violencia

Sexo

El Príncipe Don Pedro de Aragón regresa victorioso de una batalla acompañado de su hermano bastardo Don Juan, de Benedicto y de Claudio, un joven florentino que ha sido colmado de honores por el gran valor mostrado en el campo de batalla. Son recibidos con gran regocijo por el caballero Leonato, que vive con su hija Hero y su sobrina Beatriz en una paradisíaca villa de la campiña siciliana.

Título original: Much Ado About Nothing

País: Reino Unido

Duración: 110'

Fecha producción: 1993

Distribuidora: Fox

Color: Color

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