Las ovejas no pierden el tren

Análisis

Álvaro Fernández Armero es autor de unas cuantas comedias de regusto noventero, como Todo es mentira o Nada en la nevera, así como del thriller El arte de morir. En los últimos años se ha dedicado, sobre todo, a la ficción televisiva, en la que ha dirigido capítulos de producciones como Cazadores de hombres, Doctor Mateo, Hospital Central o Con el culo al aire.

Ahora retoma el pulso a su pluma de guionista y enmarca su historia en un contexto muy contemporáneo de empleos en decadencia (de manera especial retrata el entorno de la comunicación), desequilibrios en el matrimonio y en la vida sentimental (fruto de una concepción muy pasajera de la vida) y de asunción de responsabilidades con los padres.

Álvaro Fernández Armero quiere hacernos felices. Felices con los personajes (todos ellos adultos en sus horas más bajas y quebrando la línea de lo verosímil). Felices con la ambientación (especialmente en los contrastes campo-ciudad). Y felices con el final (algo a lo que cada espectador responderá como le parezca). 

Pero también Fernández Armero quiere ser trivial y quiere ser serio, sin encontrar las dosis e interacción adecuada de ambos ingredientes. Arranca con una ejemplificación un tanto explícita del refrán “del ocio al vicio y del vicio al…”, para luego despertar el suspense sobre si habrá “precipicio” o redención. En esta dilatación forzada del cierre de cinco tramas cruzadas se revela un estilo heredero de las comedias bajo-costumbristas de nuestra televisión. A los descensos de ritmo, el guión responde con latigazos de humor fácil; donde los estereotipos lo son de principio y a fin, y donde prima una visión plana e instrumental de la sexualidad.

En este forcejeo, convive un aliento de normalidad: la generosidad de abrirse a un nuevo hijo, la de enfrentarse con humanidad a la ancianidad y dependencia de los seres queridos, pero también la de no huir de la realidad y asumir las consecuencias y decisiones que hagan falta. Ahí, Armero quiere decirnos cosas interesantes, sobre todo ante los fracasos (aparentes, reales, sociales, impuestos, abstractos, etc.) que dejan ese poso de soledad y vacío cuando falta lo importante. Lástima que el film no sea capaz de expresarlos con herramientas más narrativas y no tan discursivas y que confíe demasiado en la indulgencia del público frente a unos giros casi automáticos en las tramas.

En este sentido, no obstante, lo más ilustrativo y sugerente de Las ovejas no pierden el tren es esa etílica deconstrucción que los hermanos, Alberto y Juan, llevan a cabo del dicho “perder el tren”. Pero aquí, no se harán spoilers.

Firma: Lourdes Domingo

ficha técnica

Director: Álvaro Fernández Armero

Guionistas: Álvaro Fernández Armero

Intérpretes: -

Género: -

País: España

Fecha estreno: 30/01/2015

Lenguaje: Vulgar

Público

+18 años

Valoración

Contenido

Humor

Acción

Violencia

Sexo

Luisa (Inma Cuesta) y Alberto (Raúl Arévalo) se han visto abocados a irse a vivir al campo. La idílica vida rural enseguida empezará a mostrar su cara menos amable. A la crisis laboral se suma la de pareja, mientras Luisa espera con ansias un segundo embarazo. 

El hermano de Alberto, Juan (Alberto San Juan), es un urbanita que, tras su separación, está saliendo con una joven de 25 años. 

Por su parte, la hermana de Luisa, Sara (Candela Peña) acorrala a cada hombre con el que sale, sin darse cuenta de su falta de conexión con la realidad. 

Al mismo tiempo, están las problemáticas de los padres de ambos, aquejados por el alzheimer en el caso de la familia de Alberto y por la inesperada separación matrimonial, en el caso de la de Luisa.

Título original: Las ovejas no pierden el tren

País: España

Duración: 95'

Fecha producción: 2015

Distribuidora: Entertainment One

Color: Color

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