Dos días, una noche

Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne regalan al espectador un nuevo trozo de verdad cinematográfica. Estos cineastas belgas convierten cualquier realidad que pisan en terreno sacro para los amantes de un cine que sea humanista, singular y despojado de artificios operísticos. Así logran emocionar, conmover y transformar en un sentido bastante profundo al espectador, al estilo del primerizo Lars Von Trier, pero con un tono que no emplea el zarpazo sino el bisturí.

A partir de un relato de tintes sociales y de plena actualidad, la cámara Dardenne se acerca, se aleja, se para y se mueve en la continuidad de sus sólidos planos secuencia entre el rostro de una soberbia Mario Cotillard, en el rol de una humillada y frágil mujer, y el resto de cercanos personajes. Con esta premisa en la puesta en escena, que elude la banda sonora extradiegética, y una fotografía que también elude la postal bella o la sucia, se potencia la autenticidad de la mirada y la voz ansiosa y aletargada de la protagonista.

La dinámica de periplo callejero, rodada en analogía cronológica con el orden del guión, inserta al espectador en la cotidianidad recurrente y voluntariamente previsible de las tramas, sin restar un ápice de interés a lo que sucede. Los Dardenne construyen una paleta de conciencias humanas a las que se intenta despertar. El estímulo que supone la situación de Sandra convoca una serie de respuestas que van desde la generosidad absoluta de los personajes más despojados de seguridades materiales y laborales, pasando por los que deciden tirarse a la piscina y apostar por el bien que les propone su conciencia a pesar de los riesgos, o los que tienen “peros” comprensibles (como hijos en edad formativa), hasta aquellos que se esconden por la vergüenza de mostrar su egoísmo y aquellos que lo despliegan con la frialdad del que se considera intocable.

No hay nada que sobre ni nada que falte, ni siquiera ambición por parte de sus directores y guionistas. Estamos ante un film que convierte la butaca en un incómodo y a la vez cómodo sillón para confrontar nuestros parámetros morales hacia los demás en particular pero también hacia lo general, lo social. Además, sin pretensión ni un plomizo tono aleccionador.

Firma: Lourdes Domingo