Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?

El cine francés ha sabido construir una polivalente industria capaz de llegar a paladares diversos dentro y fuera de sus fronteras. No hace falta repasar cada una de sus tendencias, variadas y cambiantes, para saber que ofrece desde un cine sofisticado e incluso a veces críptico para las grandes salas hasta otro capaz de convocar a 12 millones de galos o incluso a 3 millones de alemanes.
Estas cifras son algunas de las logradas por Dos mío, ¿pero qué te hemos hecho?, una de esas películas que explotan los tópicos más básicos sobre las consecuencias de la globalización, mientras dan la campanada conectando con el gran público.

Philippe de Chauveron y Guy Laurent, partenaires en unas cuantas comedias ligeras, se inspiran en la celebración de culturas, a la que estamos invitados todos los habitantes de este mundo cosmopolita y sin fronteras, para construir un guión algo caricaturesco, pero no deshumanizado.

Dejando a un lado las complicaciones más realistas de los matrimonios mixtos, esta comedia aprovecha los clichés del choque de costumbres religiosas, culinarias o incluso laborales para elaborar chistes -unos más fáciles y otros más elaborados- que aligeren tensiones y manifiesten que ceder (sin renunciar a la esencia) es posible para convivir y aprender el otro.

La película no pretende ir más allá de este lugar común y, por eso, su dibujo de las creencias se realiza con trazo grueso (como el cura con el iPad en el confesionario) aunque sin mala intención (pues también se bromea con el psicólogo inmóvil de la señora Verneuil). La coherencia, en ese sentido, no es la intención de Chauveron y Laurent. El dibujo es muy contemporáneo en cuanto a las costumbres, como la convivencia previa al matrimonio o la asunción de ritos más por tradición que por un sentido espiritual.

Sin embargo, para ambos guionistas está claro que prima la comedia, que intentan lidiar con respeto de fondo a cada uno de los credos y culturas, mientras dirigen a unos actores que aguantan el peso de no convertirse en exageradas marionetas. Dentro de ese complicado equilibrio descerebrado, el espectador encontrará un film medido en sus ambiciones, limitado en su profundidad, pero eficaz como entretenimiento.

Firma: Lourdes Domingo