Las herederas

En su ópera prima, Marcelo Martinessi realiza un eficaz retrato de una parte de la alta sociedad de Paraguay y, más interesante aún, de un grupo de mujeres que no encuentran ya su lugar en el mundo.

El siglo XXI no sabe de rentas, ni del valor de los objetos heredados, ni de cómo compatibilizar las convenciones sociales en una realidad para la que el placer y la satisfacción inmediata no tienen límites. Algunas se despreocupan y se centran en las partidas de cartas y las relaciones sociales de antaño; y otras, como Chiquita, se mantienen activas intentado no perder el dinero necesario para continuar con un mínimo nivel de vida.

Y luego está Chela, la indiscutible protagonista, interpretada por una soberbia Ana Brun en su primer papel fuera de los escenarios teatrales. Chela muestra todo ese desconcierto y desubicación desde su refugio en la cama de la que le cuesta levantarse, desde su afición a la pintura que no le atrae como antes y sentada al volante de su viejo Mercedes desde donde se verá fascinada por Angy y relanzada a una nueva juventud.

El problema es que nada sabemos de ella, ni de antes ni de después. Asistimos a su extravío y nos compadecemos de la vulnerabilidad que la somete a la dominación, quizá bienintencionada, de Chiquita y Angy. Pero en aras de un buen trabajo cinematográfico, el conjunto es muy pobre. Durante más de hora y media, asistimos al deambular de Chela por unos escenarios decrépitos y asfixiantes esperando que el film arranque y sea algo más que un statu quo o una declaración de intenciones que el final no consigue culminar.

Es una lástima, pero parece como si Marcelo Martinessi, luego de acertar con la protagonista y el diseño de producción, hubiese dado por concluido un guion al que le falta una dirección, la que sea, hacia la que encaminarse.

Firma: Esther Rodríguez