Las guardianas

Xavier Beauvois (De dioses y hombres, El precio de la fama) convierte la novela de Ernest Pérochon en un retrato sereno, aunque dramático, de la mujer rural en tiempos de guerra.

Con bastantes recortes y cambios de perspectiva respecto a la obra original, Beauvois y los otros dos guionistas dejan que el espacio (el campo y la granja tanto con sus rincones como en su extensión y amplitud) y el tiempo (cuatro años con el paso de las estaciones, los permisos de guerra y los ritmos del cultivo) envuelvan a los personajes para revelar todas sus facetas.

En este sentido, Las guardianas presenta a un conjunto de mujeres fuertes, que asumen todas las responsabilidades personales, profesionales y familiares con empuje y capacidad de gobierno. Lo interesante de esta caracterización es que Beauvois no necesita crear una dialéctica conflictiva entre ellas y los hombres para evidenciar sus fortalezas.

No obstante, el film desvela algunas pasiones menos honrosas y, por ello, en medio del estoicismo emergen diversas soluciones frente a los miedos y la soledad. Francine (interpretada con mucho carisma por una actriz totalmente novel) es bandera de la juventud que se entrega plenamente a todo lo que la vida le acerca: trabajadora infatigable, amante generosa, de piedad sincera, con heridas pero no rencorosa… Por otra parte, el retrato de los Sandrail y su entorno asoma al espectador a la contradicción que resulta de escoger mal entre el bien con todas sus consecuencias y un mal entendido buen nombre y estabilidad de la familia. De ahí se desprende esa tristeza amarga que deja el aferrarse al egoísmo disfrazado.

Xavier Beauvois opta por la panorámica horizontal como piedra angular de la composición. Estos movimientos funcionan como un ojo observador que de derecha a izquierda y de izquierda a derecha cruza el espacio fílmico para dejar constancia de las rutinas que alberga ese paisaje agrícola.

Es bastante interesante cómo el director logra pasar de esas tomas generales a unos primeros planos y a unos encuadres en interiores que enlazan con un sabor pictórico que no molesta ni resulta pedante.

En su lentitud, sin apenas música extradiegética, Las guardianas no es una película adornada con frivolidad ni de mirada relamida hacia la pintura como solución para el estilo. Es un paseo –trazado con aplomo pero también con sutileza– por el otro lado de una gran guerra, en la que también afloran las dificultades de los tiempos de paz.

Firma: Lourdes Domingo