El árbol de la sangre

Julio Médem intenta reflotar su estilo entre lo onírico, visceral y erótico, bajando algunos decibelios de estos tres aspectos para dar entrada a otro festival de elementos que se dedican a confundir y provocar la huida del espectador.

Las metáforas y simbolismos vinculados a la naturaleza (sea el árbol armatoste y decoración o la ridícula puesta en escena del tropo vacas-toros), la introducción de los niños de Rusia, las mafias del este, los niños robados para trasplante de órganos, las atracciones fatales, los diálogos ridículos, las miradas que suponen subtexto pero son más evidentes y pobres que las ganas de lucirse del director: todo ello no deja hueco para despertar interés y sí para apenarse del torpe rol asignado a un grupo de buenos actores.

Firma: Lourdes Domingo